Vengo de un país donde las mujeres representan el
15% del componente militar y han alcanzado la jerar‑
quía de oficiales superiores del cuerpo profesional. En
un país que ha promovido la presencia de mujeres en las
armas de infantería y caballería dentro del ejército, esas
armas se encontraban vedadas a las mujeres hasta el año
2012. Vengo de un país en el que se han creado oficinas
de género en las fuerzas armadas que funcionan en las
distintas unidades militares, en el que se han fortalecido
los puntos focales de género para capacitar, en la etapa
predespliegue, a aquellas personas que participarán en
operaciones de mantenimiento de la paz. Vengo de un
país en el que se han abierto centros de cuidado infantil,
en los que se atiende a los hijos de los hombres y mu‑
jeres que se desempeñan en la profesión de las fuerzas
armadas y la seguridad, donde se han puesto en marcha
lactarios.
Vengo de un país donde se ha hecho un releva‑
miento del personal de los hospitales militares que se
declare objetor de conciencia en relación a las prácti‑
cas de interrupción de embarazos, en los casos que la
legislación argentina lo permite, para que las mujeres
puedan ejercer el derecho de acceder a los servicios de
salud sexual y reproductiva sin obstáculos ni dilaciones.
Trabajamos por la ley de matrimonio igualitario y la ley
de identidad de género y contra toda forma de discrimi‑
nación. Suscribimos, en Londres, este año, junto a 137
países, el compromiso de poner fin a la violencia sexual
en los conflictos armados.
Trabajamos en la región. Trabajamos con la re‑
gión. Sobre todo, vengo de un país donde todos, par‑
ticularmente las mujeres, enfrentaron pacíficamente el
terrorismo de Estado. En particular, estoy hablando de
las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que eligieron
luchar por la justicia y no por la venganza, eligieron li‑
berar la verdad y no caer presas en las garras de la men‑
tira, eligieron transitar la cultura de la memoria y no la
indiferencia del olvido.
Vengo de ese país y por eso es que podemos enten‑
der, como miembros del Consejo de Seguridad, que en
todas las situaciones de conflicto armado el número de
víctimas civiles supera ampliamente las bajas de comba‑
tientes armados, siendo hoy el más elevado que hayamos
conocido nunca antes. Sabemos que mujeres y hombres
sufren todo tipo de violaciones de sus derechos humanos
en los conflictos. Sin embargo, solo recientemente hemos
podido visibilizar, y hemos podido hacer comprender,
que hay formas concretas en las cuales las mujeres pade‑
cemos distintas formas de violencia durante los conflic‑
tos, y el impacto diferente y diferencial que tienen sobre
las mujeres y las niñas todas las etapas de los conflictos.
Sabemos que, sean civiles o combatientes, refugia‑
das o desplazadas, el impacto que tienen los conflictos
sobre las mujeres y las niñas es multidimensional y com‑
plejo. Distintos tipos y modalidades de violencias afec‑
tan de forma desproporcionada y diferente por el solo
hecho de ser mujeres, lo que tiene efectos devastadores
en su identidad psicofísica y sus derechos fundamentales.
Distintos informes en los últimos años de orga‑
nismos de las Naciones Unidas como ONU-Mujeres y
organismos de derechos humanos, y organizaciones de
mujeres y feministas, vienen dando cuenta y generando
evidencia empírica sobre el hecho de que los conflictos
cristalizan, profundizan y generan evidencia de la prác‑
tica desmesurada de la violencia en función de los este‑
reotipos ya existentes de desigualdad, discriminación y
violencia contra las mujeres en una sociedad.
Si en épocas de paz aún nos encontramos con patro‑
nes culturales y estructuras de poder patriarcales que jus‑
tifican o toleran la violencia, la violación y otras formas
de abusos sexuales contra las mujeres, entonces es inexo‑
rable que —en un escenario donde las tensiones políticas
se incrementan y la militarización es el camino que se
elige para resolver la conflictividad creciente— todas
las formas de violencia aumenten, incluidas la violación
y otras formas de violencia sexual contra las mujeres.
Sabemos que la violencia precede a los conflictos
y que llega a su punto extremo durante el conflicto, y sa‑
bemos que en muchos casos permanece durante la etapa
posterior al conflicto, como parte de su legado. También
sabemos que las mujeres y las niñas son más vulnera‑
bles a la violencia sexual, especialmente a la violación.
Sabemos que las mujeres enfrentan obstáculos inmen‑
sos para acceder a la justicia debido al estigma que nos
marca como sobrevivientes de la violencia sexual y a las
condiciones de desigualdad estructural de género que
existe en la mayoría de nuestras sociedades. Sabemos
que muchas veces tenemos que vivir y convivir con la
repudiable impunidad de los perpetradores.
Cotidianamente en este Consejo, recibimos infor‑
mes que dan cuenta de las violaciones de los derechos
humanos de las mujeres, de los delitos contra la integri‑
dad sexual de mujeres y niñas en situaciones de con‑
flicto, así como de los secuestros de mujeres y niñas
con el objetivo de someterlas a la explotación laboral, la
esclavitud sexual, el tráfico y la trata. En este Consejo
se nos advierte que en muchos casos los perpetradores
son miembros de grupos rebeldes o que cometen actos
terroristas, pero que también son miembros de milicias
respaldadas por gobiernos o de las fuerzas armadas y
de seguridad gubernamentales o, incluso integrantes de
las fuerzas de mantenimiento de la paz. Lo sabemos,
y sabemos que las mujeres llegan a los campamentos
de refugiados y tampoco están a salvo. Ya en marzo de
2004, el informe de las Naciones Unidas daba cuenta de
que en un campamento de refugiados eran violadas has‑
ta 16 mujeres por día cuando salían a buscar agua, ha‑
ciéndose ellas responsables de esta tarea porque existía
el temor de que si salían los hombres fueran asesinados.
Hoy sabemos que el cruel patrón de actos de vio‑
lencia contra las mujeres, refugiadas y desplazadas en
los campamentos, incluida la violencia sexual, no cons‑
tituye una excepción sino, en muchos casos, la regla. Es
más, la violencia sexual, la violación de mujeres y niñas
utilizadas como armas de guerra, sigue siendo tan gene‑
ralizada y está tan presente en todas las situaciones de
conflicto que hasta a veces se llega a considerar que es
un componente inherente a los conflictos corriéndose el
riesgo de naturalizar lo que claramente constituye en el
derecho internacional de los derechos humanos y en el
derecho internacional humanitario un crimen de guerra
y de lesa humanidad.
Por otra parte, si bien advertimos de la violencia
sexual y las violaciones, la forma de violencia contra las
mujeres más extendida de cuantas se practican en los
conflictos, también hemos aprendido que las mujeres
sufren modalidades concretas de daños y se ven afec‑
tadas desproporcionadamente de muchas otras maneras
en las situaciones de conflicto. Aspectos económicos
de vulnerabilidad, sociales de exclusión, culturales de
marginación, son efectos de la militarización, son efec‑
tos de los conflictos. Los impactos negativos sobre los
derechos de las mujeres a la alimentación, al agua, a la
vivienda, al empleo, a la salud, a la educación repre‑
sentan una amenaza tan importante para la vida de las
mujeres como las formas físicas de violencia.
Al término de 2013, se ha dicho que había 51.200
millones de personas desplazadas forzosamente en el
mundo. Sabemos que las mujeres constituyen más de la
mitad de la población refugiada. Dentro de la vulnerabi‑
lidad que rodea a las personas desplazadas, las mujeres
todavía viven en una situación de mayor debilidad, tal
como dice la Oficina del Alto Comisionado de las Na‑
ciones Unidas para los Refugiados, incluso una vez que
han alcanzado un lugar aparentemente seguro. Algunas
mujeres son perseguidas por negarse a acatar normas
o costumbres o de ser objeto de matrimonio forzoso o
precoz. Aumenta el riesgo de violencia sexual también
en lugares adonde llegan para ser protegidas.
Para las mujeres convertirse en refugiadas, impli‑
ca una ruptura con los ciclos de los medios de vida y
una dependencia absoluta de los organismos humanita‑
rios para la supervivencia básica. Para las mujeres, es
inmensa la angustia que supone abandonar sus hoga‑
res para emprender un viaje incierto, que más de una
vez no tiene viaje de vuelta. Las mujeres, las niñas, que
han huido de sus hogares y comunidades para escapar
con frecuencia ven prolongados sus sufrimientos, y ese
lugar de refugio se convierte en un lugar de violencia.
Pueden verse obligadas a ofrecer sexo a cambio de ali‑
mentos para obtener la condición de refugiadas o acce‑
der a documentación.
Más lo sufren las mujeres que pertenecen a mino‑
rías nacionales o étnicas, religiosas o lingüísticas. Los
factores de edad, sexo, orientación sexual y otros factores
específicos pueden exponerlas a riesgo de desprotección
y discriminación adicionales. Las mujeres discapacita‑
das se enfrentan con mayores riesgos de desprotección
durante el desplazamiento en los campamentos. Las mu‑
jeres y las niñas que buscan refugio en las ciudades lo
decían, corren el riesgo de sufrir discriminación y abu‑
sos. Muchas viven en la pobreza y la indigencia, lo que
las hace aún más vulnerables y expuestas al riesgo de ser
mercancía del comercio sexual.
Las mujeres y las niñas que huyen y llegan a cam‑
pamentos para desplazados internos y refugiados pue‑
den descubrir que incluso allí la asistencia material
es mínima. Nos lo dijo la Oficina de Coordinación de
Asuntos Humanitarios este año, que solo el 12% de los
proyectos que hoy se están financiando para cumplir
con el derecho internacional humanitario en los campa‑
mentos, solo el 12%, incluyen la perspectiva de género
y un enfoque de derechos humanos.
La distribución física de los campamentos también
representa un problema y un riesgo para las mujeres. En
algunos casos, son los mismos funcionarios que tienen
encomendado su cuidado los que violan los derechos
humanos de las mujeres. Los embarazos no deseados,
las enfermedades de transmisión sexual y los abortos
aumentan considerablemente. Las mujeres embarazadas
pueden tener que hacer frente a riesgos para la salud
derivados de la falta de asistencia médica, que, junto
con las presiones físicas y psicológicas del conflicto,
conducen a un número desproporcionado de abortos no
provocados, partos prematuros, niños con poco peso al
nacer, representando entre el 20% y el 50% de los recién
nacidos. La tasa de embarazos de adolescentes en los
campamentos se calcula en el 50%. En algunos casos,
los suministros no tienen en cuenta las necesidades es‑
pecíficas de las mujeres.
Permítaseme decir que solo en fecha reciente, y gra‑
cias al impulso y exigencias del movimiento de mujeres,
se ha incluido la protección higiénica en la lista de su‑
ministros esenciales de la Oficina del Alto Comisionado
de las Naciones Unidas para los Refugiados aun cuando
la mayoría de las personas refugiadas son mujeres. Al
no tener acceso a productos higiénicos, las mujeres y las
niñas se veían obligadas a permanecer recluidas sin ir a
la educación, sin buscar los alimentos, sin ir a la distri‑
bución regular de víveres cuando estaban menstruando.
Finalmente, en realidad creo que este debate era ne‑
cesario e importante porque esta composición del Con‑
sejo de Seguridad tocó la realidad de los campamentos
de refugiados y refugiadas. Creo que, en vista, como han
dicho mis colegas, a este examen de la resolución 1325
(2000), en vista a los objetivos de desarrollo después de
2015 y los objetivos de desarrollo sustentable, en vista de
que también se van a examinar el sistema de sanciones y
las operaciones de paz de las Naciones Unidas donde exa‑
minaremos la Plataforma de Acción de la cuarta Confe‑
rencia Mundial de la mujer después de 20 años, podremos
examinarlo entonces allí; parece que es tiempo de que las
mujeres, porque como hemos dicho tantas veces, porque
somos la mitad de la población, porque somos humanas,
porque tenemos derecho a tener derechos, porque tene‑
mos voz, convicción y coraje, caminemos hacia el 2015
reclamando, expresándonos, exigiendo y defendiendo
nuestros derechos. Ejerceremos la libertad de pensar, de
decir, de hacer y de ser lo que nosotras, también en los
campamentos como refugiadas, necesitamos. No quere‑
mos ser ni opresoras ni oprimidas. Queremos ser libres,
iguales, para ser artífices de la paz real.