Intervención pronunciada por Sr. Vicecanciller, Embajador Carlos Foradori
15 de febrero de 2016
Señora Presidenta:
En primer lugar, quisiera agradecerle por la invitación para participar en este Debate Abierto sobre un tema de tanta importancia para la comunidad internacional y felicitar a la República Bolivariana de Venezuela por su Presidencia del Consejo de Seguridad durante el mes de febrero.
Agradezco también al Secretario General por su presentación al comienzo de este Debate.
Señora Presidenta:
La fundación de una relación especial y estratégica al término de la Segunda Guerra Mundial, ideó y materializó los principios fundadores de la paz mundial. Esta decisión colectiva y emblemática trató de edificar sólidamente una corriente de confianza mutua y duradera entre las naciones.
Los hombres y mujeres que forjaron la Carta de las Naciones Unidas eran propietarios de una categórica voluntad integradora y de una visión tan larga como la historia misma. Ellos sabían además, que una idea, sin un objetivo era solamente un sueño y por eso redactaron varios principios rectores cuya arquitectura debía ser casi indestructible.
Mantener la paz y la seguridad internacionales y el afán de tomar todas las medidas necesarias para garantizar lo uno y lo otro, sólo iba a lograrse si se suprimían los actos de agresión y si se lograban solucionar las diferencias por medios pacíficos basados en la justicia y el derecho internacional.
La fatiga luego de un combate brutal fue la razón más contundente para persuadir a la voluntad colectiva de no volver al pasado. Por ello, amistad, cooperación y respeto son palabras que dictan el camino trazado en la ciudad de San Francisco a la hora de redactar esta constitución universal.
El respeto mutuo fue también uno de los pilares donde se asentaron los principios fundamentales en el relacionamiento entre los Estados. La igualdad soberana de todos los miembros de las Naciones Unidas, la abstención de recurrir al uso o amenaza de la fuerza contra la integridad territorial, la independencia política de cualquier Estado y la no intervención en los asuntos internos fueron principios rectores y cardinales que motivaron esa férrea voluntad colectiva.
Por aquellos años había que ser muy audaz para tener ilusiones y traducir éstas en realidades, evitando que llegue el día en que se conviertan en recuerdo sus propias esperanzas. Sin embargo la firme convicción de esos hombres y mujeres, permitieron quebrar ese macabro ritual cuyo primer mandamiento era el recelo mutuo para dar paso a la confianza recíproca, la que, sin escasez de sacrificio y empeño marcó el horizonte de un incansable explorador en la búsqueda de la paz.
El equilibrio de esos pensadores, quienes tenían fresco en su memoria los desquicios de la guerra, permitió que escribieran sin mayor debate que debían solucionarse los problemas sociales, culturales y humanitarios. También señalaron la necesidad de desarrollo económico, el estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de etnia, género o religión. Estos principios también fueron considerados como condiciones necesarias para garantizar la paz y la armonía dentro de los pueblos y entre las naciones.
Sra. Presidenta:
En el medio de ese equilibrio dinámico entre la no injerencia en los asuntos internos y la necesidad del respeto por los derechos humanos, nace, entre otras iniciativas, una de las premisas de los objetivos del 2030. La promoción de sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, el acceso a la justicia para todos y la creación de instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles.
El fortalecimiento del Estado de derecho y la promoción de los derechos humanos fue fundamental en ese proceso. La promoción de la paz y la justicia, se constituyó así como uno de los 17 objetivos globales de la nueva Agenda para el Desarrollo Sostenible. Por ello se debe avanzar en un enfoque integral para la consolidación de todos los objetivos. Es así menester que los Estados no escondan la ausencia del respeto por los derechos humanos, dentro de la cómoda premisa de la no injerencia en los asuntos de otros Estados.
En un mundo crecientemente interdependiente los acontecimientos ya no son indiferentes al conjunto de la sociedad mundial. Lo que ocurre en cada uno de ellos, afecta a todos y la responsabilidad más delicada reposa en calibrar con una fina balanza qué opiniones pueden ser consideradas como violación de un principio o entendidas como el estricto respeto de otro.
Por ello ha sido una decisión de las Naciones Unidas acompañar los procesos de paz con misiones especiales dotadas hombres y mujeres con experiencia para evitar la profundización de los conflictos. Por ello, la Argentina acompaña indubitablemente esos procesos y ha decidido, cuando el conflicto o la crisis estalló, cooperar activamente para reparar, en la medida de lo posible, las consecuencias humanas de esas situaciones a través de la participación de los Cascos Blancos. Es allí, donde la cooperación, la paz, y la intervención en esos procesos se mezclan sobre la base de recuperar al máximo el sentido más profundo de la humanidad.
Es difícil percibir la justa medida de las cosas, siempre lo ha sido. Pero es preferible, cometer errores al intentar lograr la paz y el respeto por los derechos humanos, que excederse en el celo por respetar a rajatabla la no injerencia hasta niveles que puedan ser asimilados al desinterés o la indiferencia por el sufrimiento del otro.
Esta relación entre la vocación por promover la paz, la amistad, mediante la crítica constructiva no carente de respeto, debe tender a la edificación de una prosperidad duradera entre los pueblos. Así, cabe mencionar aquí, que cuando la Carta de las Naciones Unidas señala la necesidad del respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, la Argentina entiende precisamente “de todos”, sin hacer distinción por motivos de etnia, género o religión, entre otros. Nuestro compromiso con dichos propósitos también están expresados en nuestra Norma Fundamental sobre la base de la cual se edificó nuestra sociedad. Pero también consideramos que el cumplimiento de estos propósitos no es facultativo por parte de los miembros de las Naciones Unidas sino de acatamiento obligatorio.
Además nuestra concepción social entiende la necesidad de que el goce de esas libertades fundamentales y el respeto por los derechos humanos tienen que ser cumplidas por todos los Estados sobre la base del convencimiento de que entre los pueblos verdaderamente cercanos y amigos, sucede también como entre las personas: es muy fácil llorar en soledad, y es casi imposible reír solo.
Por ello, consideramos que la visión de quienes redactaron la Carta de las Naciones Unidas, señalaron un camino, no contradictorio, sino complementario. Entendemos que esa mirada es tan global como el mundo mismo y así debe concebirse. No es una opción, es un dictado, no de una norma ni de de una carta fundamental, es un dictado de la conciencia de nuestra propia sociedad.
Muchas gracias, Señora Presidenta.