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Palabras de la Presidenta del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Embajadora María Cristina Perceval, en el Servicio en honor del personal de Naciones Unidas caído en funciones.

Con un especial tributo al personal caído y los sobrevivientes de la bomba en el Hotel Canal de Bagdad (10mo. Aniversario)

19 de Agosto de 2013.


Agradezco profundamente poder participar de esta ceremonia para evocar y honrar a quienes durante el último año perdieron sus vidas en ejercicio de sus funciones en Naciones Unidas y para rendir especial tributo al personal caído y a los sobrevivientes tras el ataque al Hotel Canal en Bagdad en el año 2003.

Hoy, hace exactamente diez años, veintidós personas perdieron sus vidas en aquél condenable e injustificable atentado. 

Hoy, junto a sus familiares y colegas, quiero compartir la certeza de que jamás la crueldad y la violencia podrán lograr que estas 22 vidas,  plenas de dignidad y coraje, sean mañana víctimas del olvido o la indiferencia.

Quienes prestaban funciones en Bagdad lo hacían inspirados en el deseo de ayudar a que miles de hombres y mujeres en Irak pudieran cumplir sus anhelos de paz y libertad.
Hace diez años, también este año, el duelo nos conmueve.

Es que no es sencillo despedir a personas ejemplares que desarrollando sus nobles funciones humanitarias, resultaron víctimas de atentados terroristas, ataques directos, catástrofes implacables o accidentes fatales. 

Sin embargo,  aunque tengamos derecho a la tristeza;  la memoria nos exige y reclama reconocer que en cada uno de estos seres humanos, profundamente humanos,  los principios, valores e ideales de las Naciones Unidas no eran palabras vacías, sino acciones concretas, trabajo cotidiano, generosidad infatigable y esperanza compartida.
Por cada humillación que impiden, por cada sufrimiento que alivian, por toda la sed que sacian, por todo el frío que abrigan, por la desesperación que calman, por la solidaridad que siembran,  por hacer lo que hacen y por soñar lo que sueñan, el ejemplo y la dedicación de los que están en las líneas de frente tienen que ocupar un lugar sustantivo en las deliberaciones y decisiones del Consejo de Seguridad.

Con la mirada puesta en la resolución pacífica y la prevención de conflictos, el Consejo tiene el deber de proteger y cuidar a las personas que trabajan para la organización en las misiones que autoriza.

Cada vez que le sea posible, el Consejo debe recordar a todas las partes en los conflictos que están en su agenda acerca de la obligación de respetar la neutralidad y la independencia del personal de las Naciones Unidas y de respetar y cumplir con el derecho internacional.

Junto a la condena más enérgica de los ataques contra los trabajadores de Naciones Unidas, el Consejo debe exigir una rápida investigación para que los responsables rindan cuentas por sus actos, impedir la impunidad y promover la justicia.

Que el homenaje de hoy, además de recordar, agradecer y reconocer a quienes dieron su vida para tener un mundo mejor y más seguro, sirva para que pensemos e imaginemos qué más podemos hacer desde los lugares que estamos ocupando para ser como quienes no dudaron en defender que la dignidad no es un imposible, ni la paz una quimera.