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Reunión especial de la Asamblea General en conmemoración del Trigésimo Aniversario de la catástrofe de Chernobyl

Intervención del Embajador Martín Garía Moritán en nombre del Grupo de Estados de América Latina y el Caribe (GRULAC)

26 de abril de 2016

 

El primer homenaje es para las víctimas, para los servidores públicos que corrieron en su ayuda y para las organizaciones humanitarias, las intergubernamentales y las de la sociedad civil que demostraron, en medio de circunstancias dramáticas, que la mejor respuesta para los dolores y esperanzas de la humanidad es la cooperación, la mano tendida en solidaridad y auxilio y la conciencia humanitaria por sobre las consideraciones de cualquier otro tipo. En definitiva, los seres humanos estamos unidos inexorablemente por una naturaleza común, un destino compartido y una defensa mancomunada de la dignidad humana.

La tragedia de Chernobyl sacudió la seguridad nacional y la complacencia internacional. Demostró que el riesgo cero no existe en la actividad nuclear ni en otras áreas del campo científico. Reafirmó, una vez más, que la confianza mutua es la piedra fundamental de la seguridad internacional y refrendó que, cuando la seguridad del planeta se ve amenazada, los intereses nacionales han de armonizarse con los colectivos. Como resultado, en el seno del Organismo Internacional de Energía Atómica, fueron negociadas con presteza y buena voluntad dos convenciones claves de la seguridad nuclear multilateral: la Convención sobre la pronta notificación de accidentes nucleares y la Convención sobre asistencia en caso de accidente nuclear o emergencia radiológica.

Esta fue una respuesta que confirmó la potencialidad del multilateralismo, pero cabe preguntarse por qué fue necesario una tragedia de estas proporciones para materializar mecanismos de cooperación internacional de naturaleza preventiva, perfectamente sensatos y previsibles. Las lecciones de Chernobyl no se inscriben tan sólo en la dimensión de la seguridad nuclear. La más importante de tales lecciones debe ser la capacidad de prever toda coyuntura o fenómeno que pueda derivar en catástrofes humanitarias, desde las pandemias hasta los desastres naturales.

Los principales actores de la tragedia de Chernobyl y su recuperación fueron y son, en primer lugar, los pueblos afectados. Ellos sufrieron y son los protagonistas de la reconstrucción. Una muestra fotográfica de su heroísmo y su sacrificio está la vista en los pasillos de esta casa y agradecemos a sus organizadores los testimonios de memoria y esperanza.

La comunidad internacional también ha cumplido y continúa cumpliendo un rol importantísimo en el auxilio a las víctimas de Chernobyl, en su recuperación y en su reconstrucción de las comunidades devastadas. Escuchamos una y otra vez, y así lo creemos, que la dimensión de la asistencia humanitaria conforma quizás el mejor segmento del sistema de las Naciones Unidas. Es mucho lo que debemos a los organismos especializados, programas, fondos y órganos de las Naciones Unidas. Grande es también nuestra deuda para con decenas de Estados Miembros y con los cientos de organizaciones no gubernamentales y miembros de la sociedad civil que han aportado en esta tarea común.

Lo importante, a 30 años de la tragedia, es asentar en nuestra conciencia que el progreso de la humanidad no debería pasar por circunstancias tan dolorosas. Este desastre demanda una respuesta multilateral, para lo cual la reforma de las Naciones Unidas se hace indispensable. Más que discursos, necesitamos voluntad política para consolidar la eficacia de nuestra respuesta colectiva ante las amenazas globales.
El mejor homenaje que podemos rendir a las víctimas de Chernobyl, en este septuagésimo período de sesiones, es un tratamiento serio, profundo y no contaminado por la desconfianza, o el cálculo pequeño de las propuestas conducentes a un refuerzo de la capacidad humanitaria de las Naciones Unidas. Nuestro grupo regional se compromete a ello.